Testificar se hace fácil cuando se trata de milagros de salud o de bendiciones materiales, hasta cuando recibimos lo que queremos, pero que hay cuando solo recibimos una enseñanza, ¿acaso eso no cuenta?

Parque del pueblo en Perú

Por eso hoy quiero testificar de una experiencia que tuve y no la cambiaría por nada, ya que ha sido una razón más para nunca negarme a Cristo. 
En 2011 viajé con el ministerio misionero JELAN a Perú, estuvimos en una comunidad de escasos recursos y una noche durante un culto,  mientras cantaban alabanzas, una niña de aproximadamente 11 años,  se me acercó y quería que yo la abrazara y la sentara en mis piernas, cuando intenté hacerlo me di cuenta que su vestido estaba orinado y tenía mal olor fuerte, por lo que rápidamente desistí de cargarla, ella insistía abriéndome sus brazos y empujándose hacia mí y yo me negaba, en ese momento escuché una voz en el espíritu que me dijo: “Cuando vienes sucia ante mi presencia yo te abrazo”. Miré hacia atrás, aunque por el ruido de la música era casi imposible que pudiera alguien hablarme sin que estuviera pegado a mis oídos, y no había nadie; mire la niña, la senté en mis brazos y lloré, lloré desconsoladamente; pues no solo estaba siendo confrontada por el espíritu, sino que Dios me había hecho entender lo que era ser como Él, entender que ser misionero no es ir a las naciones y predicar, es ser portadores de su amor, su paz, su verdad, es caminar como Jesús caminó, porque es así como te ven los demás, como Jesús en la tierra.

Si vas a dar, dalo todo; a veces ignoramos que Dios ya lo dio todo por nosotros. 

No somos portadores de su gloria, para engrandecernos ni para vanagloriarnos, y menos aún para enseñorearnos de los demás, sino para mostrar el carácter de Cristo en nosotros. (Mateo, 11:29-30)

Pameyris Pineda.
Santo Domingo, República Dominicana.

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